Mis vacaciones de chica eran las típicas
de las familias argentinas de clase media:
salida de madrugada, todavía de noche, con todos los bártulos cargados en el coche hacia la costa,
Ruta 2
y parada obligada en Atalaya a desayunar.
Luego de interminables 400km,
la primera vista de la ciudad y el mar.
A la playa con la heladerita, las sillitas,
paseo por la rambla y los tristemente
desaparecidos 101 platitos,
en auto bordeando la costa hasta el faro,
a comer pescaditos al puerto
(al viejo puerto, más típico, más encantador)
y mirar los lobos marinos,
A la noche, caminata por la peatonal.
Los días de lluvia, a comprar pulloveres.
Los días de lluvia, a comprar pulloveres.
Las más ricas mediaslunas,
los mejores alfajores de dulce de leche,
las mismas costumbres que se vuelven ritos.
Seguramente hay otros lugares más lindos,
más atractivos, más espectaculares,
más glamorosos,
pero éste es el lugar que guarda
mis recuerdos más queridos,
esos que la hacen una ciudad irresistible.
Cada año vuelvo
aunque sea fuera de temporada y cada año me gusta más
y la quiero más.
Este año no es la excepción,
me esperan Atalaya, la playa, la rambla,
los pescaditos, los alfajores
Nos vemos en quince días!
(si vuelvo).